Territorio de quietud y sustento

No pude ir al Pacífico Sur, como quería. Pero he disfrutado de días bellísimos en el Pacífico Central. Conforme han avanzado, me he ido quedando más quieto y silencioso. Eso me han pedido el cuerpomente y el corazón.

En los últimos días he preferido quedarme en La Libélula que ir al bosque, en Carara, o al mar, en Mantas o Herradura. Es decir, escogí nuestro territorio familiar, en el que descansa Maya, y en el que he pasado varias épocas de residencia en la tierra.

Carambolas en la luz del amanecer

He leído mucho las Metamorfosis y las Cartas a las heroínas. En esta época de mi vida, Ovidio se ha convertido en un gran amigo. No me lo esperaba cuando empecé a leer Metamorphoses, en inglés, en junio del 2021, y luego Heroides, este otoño, pero así ha sido. Me doy cuenta de que aprendo mucho de él sobre el corazón humano, tanto como de Homero, y más que de Virgilio.

Hoy releí la historia de Orfeo y Eurídice –la que me inspiró a buscar las Metamorfosis— y de nuevo me conmovió el momento trágico, cuando Orfeo se gira para mirar a su amada antes de salir de los valles del Averno, desobedeciendo el designio divino, y la pierde por segunda vez y para siempre:

Y no llegaron lejos del límite de la parte más alta de la tierra:
allí, temiendo que desfalleciera y ansioso por verla,
volvió el enamorado los ojos, y al punto aquella cayó de nuevo y,
extendiendo los brazos y luchando por ser alcanzada y alcanzar,
la desgraciada no coge nada sino las brisas que se escapan.

Ese gesto de extender los brazos, pero no poder abrazar al amado, se repite en la metamorfosis de Céix y Alcíone, la trágica historia que cuenta el origen del martín pescador.

Queriendo compartir estas historias, pero consciente de mi soledad, en la que a veces mi imaginación extiende sus brazos para amar y conversar, esbocé un poema: “Abrazar el aire”. No sé en qué resultará, pero escribirlo me desahogó.

Y ese es, quizá, el punto de este soliloquio. Cuando leo estas historias me conmuevo y, a veces, me siento inspirado a escribir algo. Son actividades solitarias. Pero aunque las historias sean tristes y me generen inmensa saudade, hoy no me han pesado, en parte porque estoy en calma, en parte porque esta tierra me sustenta y a ella le entrego mis sentipensamientos, sin filtro, ni pudor, ni temor.

“Somos dos”: Momotos cejicelestes en un mango

No todo ha sido lectura en estos días, claro. He pasado mucho rato contemplando el entorno. Me han acompañado momotos cejicelestes, reinitas amarillas, carpinteros, gavilanes polleros, loras de nuca amarilla, lapas, colibríes canelos, urracas copetonas, soterrés nuquirrufos, yigüirros, tijos, bolseros norteños o naranjeros y todas las otras especies que suelen visitarme aquí.

He observado a Eos/Aurora, Helios/Sol, Selene/Luna, en sus distintos rostros y figuras. Al personificarlos, como lo hacían los antiguos griegos y latinos, los convierto en compañía cercana.

Selene mostrando su rostro creciente

Me he sentido impetuoso como Marte, no he visto a Venus aunque la he sentido, pero sí he visto a Júpiter, que todo lo engrandece y magnifica, y le he permitido engrandecer el amor que esta tierra me hace sentir por todas las personas con las que aquí he compartido agape, philia y eros.

Fortalecido por ese amor y por esta tierra, pronto retomaré mis ires y venires peripatéticos.

Helios surgiendo sobre los montes de Turrubares. [Foto de portada: Eos].

Leave a comment