El León y Selene

Soy león de fuego.
Sediento a medianoche,
bebo el reflejo de la luna
sobre el lago
con sorbos ávidos.
No me sacío.

Quiero saltar al cielo
y alcanzar a Selene,
mirarla de frente
para que ilumine mis ojos dorados
con su halo divino,
rugir en su oído
al rasgar sus ropas níveas,
acariciar su espalda
con mis garras,
morderle el cuello
sin clavarle los colmillos,
besarla y disfrutar el encuentro
de la calidez de mi aliento
con el frescor del suyo,
lamer sus muslos, su vientre,
deleitarme con su intimidad,
aruñar su pecho
para saborear su sangre
al brotar cálida y espesa,
abrir el mío
para darle mi corazón
mientras devoro el suyo,
y rugir juntos;
luego, descansar en su silencio.
Así observé a Leo y Selene desde el istmo centroamericano

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