De manera desconcertante y maravillosa, la Passiflora alata que sembramos en mi jardín durante la cuarentena de Semana Santa del 2020, ha florecido por primera vez este mes de diciembre, al cerrarse el convulso, gozoso y doloroso, 2021.


¿Por qué justamente ahora? ¿Y por qué hasta ahora? Me desconcierta. Hay preguntas que no tienen respuesta, o mejor dicho, cuya respuesta es inefable. No se puede verbalizar, simplemente hay que sentirla. Quizá, con el tiempo, se pueda articular de manera parcial, tentativa. De momento, influenciado por mi lectura del ensayo Nature de R.W. Emerson, la percibo como un símbolo natural de una gracia espiritual.
Aunque sea desconcertante, el hecho no deja de ser maravilloso. Esta primera floración ha sido abundante. Cada día, desde el 9 de diciembre, dos o tres flores se han abierto en la enredadera.


La mayoría oculto su rostro en las sombras, al amparo de las hojas del arbusto de lotería (Sanchezia parvibracteata) sobre la que se ha enredado la pasiflora. A menudo me he arrecostado en el zacate y la tierra para contemplar el bellísimo rostro de estas flores.

Otros testigos de este proceso de floración han sido una libélula albinegra y una mariposa, mensajeras de mis abuelos Hernán y Luz. Ambas visitaron mi jardín en diciembre, para acompañarme en la apreciación sensible de esta maravilla natural-espiritual, manifestación de Natura Naturans.


Les comparto mi asombro y atestiguo que así ha acontecido esta abundante floración. Al finalizar el año, en este día azul y dorado en mi valle natal, la contemplo agradecido y esperanzado.

