Durante un mes observamos la costa de Golfito desde nuestra playa solitaria en las cercanías de Puerto Jiménez, Península de Osa. A través del Golfo Dulce se veían las montañas del Parque Nacional Piedras Blancas, la bahía de Golfito y la fila de cerros que corre desde Playa Zancudo hasta Playa Pavones y Punta Banco. Por detrás de la fila costeña, en días despejados se observaba la imponente Cordillera de Talamanca.

Cada amanecer, cada mañana, cada atardecer y anochecer nos regalaba una textura distinta de nubes superpuestas, diferentes colores y matices en los cerros y montañas, las aguas del mar y la bóveda del cielo.
Mirábamos los amaneceres de frente; el sol se ponía a nuestras espaldas.
A veces llovía en la costa opuesta mientras el sol iluminaba nuestra playa entre ralos mantos de estratos. A veces los nimboestratos derramaban aguaceros sobre el golfo. A veces llegaban lluvias a nuestra orilla desde el interior de la península; otras veces, nos sobrevenían filas de cúmulos llegados desde el océano.
Observar en quietud me llevaba a contemplar. Por momentos deseé las habilidades perceptivas y creativas del dibujante y el pintor para capturar los cambios de perspectiva desde distintos puntos de la playa y las sutiles variaciones de textura, luz y color en el paisaje a diferentes horas del día.
Pensé que estas vistas superarían a los nenúfares de Claude Monet y los paisajes de Paul Cézanne.
Procuré contemplar con cuidado para grabar algunos momentos especiales en mi memoria. Y fotografié algunos instantes irrepetibles.
Apenas atino a compartir algunas de esas fotografías amateur, tomadas con un teléfono viejito. Son amateur en el sentido literal; es decir, fotografías amadoras, amantes de lo observado-contemplado ante aquella Vista Sur.