Luz Cachú

Lo vi mientras le daba la vuelta en bicicleta a Prospect Park al atardecer. Había salido a dar la última “cleteada” vespertina de esta primavera antes de regresar a la estación lluviosa en mi trópico. Quería sentir el aire fresco y percibir la luminosidad tan peculiar de los ocasos que se prolongan al acercarse el solsticio de verano.

Entré al circuito que circumvala a Prospect Park y bajé en dirección la lago. Mientras lo bordeaba, miré hacia el poniente para apreciar las nubes doradas sobre un cielo de topacio azul. Ascendí la cuesta en dirección a Grand Army Plaza, apreciando arbustos de flores blancas a la orilla entre el camino y el bosque.

Cuando me acercaba a la cima, las nubes ya se tornaban rojas y anaranjadas y sobre ellas había aparecido la sorpresa: un luminoso cachito de luna.

Lo mantuve presente, mirándolo de frente y luego de reojo, mientras volvía a descender al lago. El anochecer se presentaba tan hermoso y la “cleteada” estaba tan vigorizadora, que decidí darle otra vuelta al circuito.

Esta vez el horizonte, visto desde el lago, se pintaba de verde limón y aguamarina. Por algunos minutos el bosque me hizo perder de vista al cachito, pero al culminar el segundo ascenso, lucía aún más reluciente en lo alto de un cielo índigo.

Pensé en mi abuelita Luz. Mi abuelo Hernán la llamaba Luz Cachú, y cada vez que veo un cacho de luna pienso en ella. Los extraño.

Cacho de Luna.
Blanca flor de junio.
Ángel Luz Cachú.

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