En la última tarde de verano, soleada y cálida, fuimos a visitar el Jardín Botánico de Brooklyn. En el prado encontramos a una peregrina deleitándose en el corazón de oro de unas flores lila, de belleza divina. Las flores eran Symphyotrichum novae-angliae (New England Aster, en inglés). Una mariposa monarca (Danaus plexippus), viajera con rumbo a México, se nutría en ellas antes de continuar su larga migración. Las engalanaba con su traje de naranjas, rojos, amarillos y detalles albinegros.

Días después caminamos por el Cementerio Green-Wood. Al inicio de la tarde otoñal, apreciamos las flores Aster laevis (‘Blue Bird’ o Smooth Aster, en inglés) en la cima de Battle Hill, el punto geográfico más alto de Brooklyn. Mientras las observábamos, llegó una abeja de cabeza y tórax verdes y abdomen aurinegro. Obrera abnegada, laboraba para su comunidad.

Ahora que ya avanza el otoño, recuerdo esos encuentros como una parábola de mi propio proceso de transición. Ha ido quedando atrás el verano, con sus viajes y poesía. Ha llegado el otoño, con sus deleites brooklynenses y la filosofía. Viajera y obrera, migrante y trabajadora, me dejaron sus enseñanzas totémicas para saber vivir cada experiencia en su tiempo justo.
