Justo cuando siento saudades por un un amigo, Natura Naturans me trae otro.
Vuela sobre mi jardín en la tarde soleada. A contraluz reconozco su silueta de colibrí pero no lo identifico. Se posa a la sombra, en un vértice del balcón.
¡Ha construido un nido! Un cuenco perfecto de hierbas entretejidas, adornado con hojitas verdes, como si uitsili fuera artista o arquitecto, interesado en la estética.
Con sigilo alcanzo mis binoculares y lo observo: piquito naranja, largo y curvo; coronilla, rostro y garganta esmeralda; ojillos de obsidiana. Oculta el resto de su cuerpo en la concavidad del nido.
¿Será un amazilia verdiazul, como el amigo que me aguardaba en mis caminatas por el barrio? He sentido saudades porque en mis andares más recientes no he encontrado al Amazilia saucerrottei bebiendo néctar de florecillas púrpura al atardecer.
¿Habrá venido el coliazul a vivir en mi jardín? Ilusionado, me quedo quieto y espero en el zacate.
Pero el colibrí es cauteloso. Sabe que lo observo. No se arriesga. No sale del nido.
Espero. “¡Soy tu amigo!”, pienso.
Agradece mi hospitalidad. Al alzar el vuelo despliega su cola de frente al sol. Un fulgor cobrizo ilumina mi vista, enternece mi corazón.
¡Amazilia rabirrufa!
Amazilia tzacatl.
¡Bienvenido a nuestro hogar!
