Terminé de leer en la Biblioteca Pública de Brooklyn al anochecer. Cerré mi libro, guardé mis cosas y salí.
Pensaba atravesar el prado central de Prospect Park para regresar a casa. Pero cuando ingresaba al parque por la entrada principal, frente a Grand Army Plaza, un sutil magnetismo de la naturaleza me desvió hacia la izquierda para caminar por el sendero a lo largo del límite nororiental del parque y luego internarme en el bosque primario.

Aunque en el prado ya florecen las magnolias y los cerezos, mostrando rostros de Primavera, en el bosque aún es invierno. Los grandes árboles–robles, arces y abedules–no muestran retoños y los arbustos a su sombra todavía duermen.
En el bosque aún es invierno, parece. Excepto por el cantar de los mirlos. Caminaba solitario y en silencio en la penumbra y los mirlos primavera (Turdus migratorius) me ofrecían su cantar de los cantares. ¿Me llamaban? ¿Me guiaban? Me acompañaban. Convocaban a mi Musa.
Y me recordaban el cantar de sus primos, los mirlos pardos (Turdus grayi), en esta misma época, allá, donde les llamamos yigüirros, allá, en una de mis muchas tierras, en antiguos territorios huetares, en el perenne territorio neotropical de Natura Naturans.

[Fotos: Portada–JS, Turdus migratorius; Pie de página: DB, Turdus grayi]