Caminatas invernales

La vida me ha traido de vuelta al norte del Trópico de Cáncer. Y he reiniciado mis caminatas invernales por los parajes naturales y parques urbanos brooklynenses, en estos rincones de Long Island, entre río, bahía y océano.

He querido experimentar de nuevo las punzadas del frío en todo el cuerpo –deliciosas torturas como puntas de alfiler que penetran la piel– y sentir el aliento gélido del invierno en mi cuello, orejas y rostro.

He admirado la paleta austera del entorno, en la cual abundan los marrones y amarillos secos, los blancos y grises de hielo y nieve, y los cambiantes azules del cielo.

He contemplado acacias, robles y arces de troncos y ramas estoicos, cuyas hojas secas cubren sus raíces. He disfrutado al escuchar el crac crac crac de la tierra congelada al caminar sobre ella por Prospect Park.

He observado a las aves que han sobrevivido febrero en el lago, flotando en el agua fría, caminando sobre el hielo o sobrevolando las aguas bajo la mirada del ojo celeste.

Me he plantado firme, sobre mi pie aún convaleciente, a orillas del Lago Prospect para susurrarle: “Aquí estoy, aquí estamos juntos, todavía,” pues ha sido mi amigo durante todos mis años brooklynenses y me ha esperado durante mis ausencias.

Y he recordado que para sobrevivir e incluso gozar el invierno, tenés que redescubrir tu fuerza interior, tus ganas de vivir, y sacarlas de dentro, porque es la estación en la cual todo el ánimo, el empeño, la alegría y la perseverancia deben brotar de tus entrañas y todo el calor debe surgir de tu sexo, de tu hígado, de tu corazón.

Aquí estoy, de pie. Aquí estamos, vivos.

Lago Prospect al atardecer, acunando a cientos de gaviotas

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