Regreso al Jardín Japonés de Brooklyn

Regresé al Jardín Japonés, mi hogar sentimental, natural y espiritual más atesorado en Brooklyn. En el corazón del Brooklyn Botanic Garden, es mi Sanctasantórum neoyorquino.

Cuando llegué a la explanada frente a la laguna, hice un reverencia de respeto ante el torii (鳥居), el portal bermellón que indica la cercanía de un altar sintoísta. Leí los ideogramas en el torii: Dai myo shin, “Al grande y luminoso dios”.

Inscripción en el torii: “Dai myo shin

Sentí una enorme gratitud por haber regresado al jardín después de casi dos años de ausencia. La última vez fue en otoño, como en el tercer concierto de las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi. Ahora era verano, con dos inviernos de por medio. Pasaron dos ciclos de estaciones casi completos, como si hubiese escuchado dos veces el ciclo de cuatro conciertos para violín.

Hubo tantos cambios, adaptaciones, vicisitudes, pérdidas, duelos, aprendizajes, tantos gozos también. Y después de todas esas vivencias, aquí estaba el jardín, esperándome, para acogerme.

Ingresé por el portal de madera, custodiado por al farol de piedra y un cerezo retorcido, y caminé a la terraza de observación de la laguna. Observé el paisaje de colinas, coníferos, arbustos, cerezos, quebrada, laguna, isla, puentes. Saludé a las tortugas de orejas rojas y los koi (carpas) naranja y amarillo que nadaban a gusto en las aguas musgo. Contemplé al torii desde esa perspectiva. Y vi a una gran garza de alas marrón volar sobre el agua para refugiarse entre arbustos en una orilla. Me pareció que era un martinete coronado (Nyctanassa violacea).

Inicié mi caminata lenta y deliberada alrededor de la laguna. Mi destino era el altar pero no quería apresurar el camino. Aprecié los varios elementos paisajistas y perspectivas del jardín. Hice muchas pausas de contemplación. Sentía armonía entre el entorno de claroscuros, canto de mirlos, brisa fresca y sol cálido, mi sensación de placer corporal y mi sentimiento de gozo sereno.

Cuando me posicioné frente al altar a Inari, espíritu de la cosecha y protector de las plantas, sentí una gratitud ya incontenible. Ahora sí estaba en el puro corazón de mi Sanctasantórum.

Como acostumbro cuando visito a Inari, junté las palmas de mis manos junto al pecho e incliné mi cabeza en gesto de oración. Di gracias y pedí cultivar y cosechar con abundancia: Siete veces siete.

Luego contemplé la arquitectura y carpintería del altar en su entorno de coníferos, azaleas y arbustos protegidos por la colina. Me sentía tan bien que quise permanecer. Me mantuve allí, en actitud de contemplación y alegría, incluso de júbilo, por más de una hora.

Cuando sentí el deseo, hice una reverencia de despedida y bajé junto a la quebrada a la laguna. Y allí recibí la primera cosecha, el primer regalo de Inari.

Un garzón azulado (Ardea herodias) pescaba en las aguas bajas entre el puente y la isla. Caminaba con sigilo, se detenía acechante, contraía su cuello en S y se inclinaba sobre el agua, y en el momento justo, arponeaba su presa de forma certera. Se mantenía inmersa y absorta en su pesca.

La observé por casi media hora hasta que la perdí de vista en un recodo por detrás de la isla. Le di gracias: “Garzón-sensei, domo arigato gozaimashita.” Aprendí de esa ave hermosa, de dorso castaño azulado, rostro blanco, corona albinegra e iris amarillos como su pico-arpón. Terminé de rodear la laguna.

Cuando hacía mi reverencia de despedida frente al torii, atisbé una garceta grande (Ardea alba) en la copa de un cerezo en la orilla distante. Pescadora alba de gran arpón amarillo, fue el segundo regalo de la cosecha.

Me alejé pensando con calma: “Siete veces siete”.

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