Si ambulás atento cada caminata es una aventura, aunque hayás recorrido el mismo camino cientos de veces. Así lo he vivido en Playa Herradura, en el Pacífico Central de Costa Rica, en los últimos meses.
1
Promedia agosto. Camino hacia el sur desde el centro de Herradura. Bordeo las pequeñas puntas rocosas hasta llegar a la última playa, donde generalmente no hay nadie y puedo estar solo con mis sentipensamientos.

Continúo con rumbo sur, en busca del recoveco de aguas calmas donde descansan los pelícanos pardos. Pero justo antes de llegar, observo una quebrada de agua fresca que sale del cerro, atraviesa la playa y desemboca en el mar.

Cambio de rumbo y decido adentrarme en la quebrada. Camino por el cauce de piedra. Avanzo cientos de metros en el corazón del cerro boscoso. Siento un frescor delicioso.

Empiezo a escuchar una caída de agua. Al rodear un recodo me encuentro de frente con una cascada. Me acerco y dejo que la fuerza de sus aguas me masajeen. Me sorprende y alegra que después de tantas caminatas por estas playas aún pueda descubrir nuevos recovecos.

Luego escalo la pared de roca hasta la terraza desde la que cae el agua. Con la catarata derramándose a mis pies, doy gracias. Alhamdulillah.

2
Fecha de portales cósmicos: 10.10.2020
Camino de nuevo hacia el sur a lo largo de Herradura y sus playitas contiguas. Otra vez procuro el sitio donde descansan los pelícanos. Llego hasta la quebrada. Corre agua abundante pero esta vez no me adentro en el bosque. Continúo hacia la punta. Pocos pasos adelante me encuentro la concha quebrada de un gran caracol, quizá un cambute.

El corte transversal de su punta revela una curva espiral. Esta curva para mí representa el amor agápico: desde su centro proyecta un crecimiento gradual, continuo e infinito hacia afuera, mientras mantiene la armonía con su origen vital.

Muy cerca encuentro un trozo del exterior cobrizo de la concha, marcado por hendiduras onduladas. Coloco ambas piezas juntas sobre un tronco y las observo.

Espiral y ondulaciones. Las tomo en mis manos y las llevo al mar. Allí las dejo, bajo el agua, sobre la roca. Los reflejos y las refracciones de la luz embellecen la escena. Otra caminata ha culminado en belleza inesperada.
