Luna llena sobre Delhi

Caminamos por el parque de Hauz Khas, alrededor del estanque, al final de la tarde.

Había sido una semana de experiencias inusitadas, como ver por primera vez un pavo real silvestre en la rama de un árbol, inverosímiles, como ver barberos y costureros montando sus sillas y máquinas y trabajando en las aceras, desgarradoras, como las súplicas de niños y niñas que mendigan, bellas, como un sol rojo y distante poniéndose más allá de ciudad y humanidad, y descabelladas, como el cerrajero que me encerró dentro del recinto de un cajero automático al probar la cerraja que acababa de instalar fallidamente.

Faltaba una escena mitológica y la presencié en el parque esa tarde: el dios mono Hánuman intentó robarle una mandarina a la Náyade del estanque Hauz Khas. No lo logró porque ella controló su susto y se alejó con calma mientras Hánuman miraba la mandarina con ojos lánguidos.

La Náyade, como premio divino a su serenidad y dominio propio contempló un atardecer dorado más allá del verde estanque. Luego, desde un laberinto de callejones, galerías y escaleras, observó cómo el cielo se tornaba de azules y anaranjadosen tonos pastel tras nubes resplandecientes antes de oscurecer.

Nosotros cenamos platillos del sur de la India. Y al salir contemplamos una nívea Luna llena brillar sobre la noche de Delhi, ciudad de extremos e intensidades.

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