Subimos a la terraza de nuestro palacete para cenar y nos encontramos con una Luna enorme, apenas menguante, que iluminaba el cielo sobre Jaipur y las montañas cercanas. Lucía un tono blanco hueso y, aunque menguante, había ocultado apenas un poquito de su rostro. Me pareció cálida, como la noche.
Aprecié el contraste con el ardiente Sol del día. Hoy nos había hecho sentir su poder para quemar y abrasar. En el Fuerte Amber con sus plazas, galerías, plazas y recintos del marajá mogol, frente al Jal Mahal o palacio en las aguas de un lago, en la céntrica Ciudad Rosa de palacios y bazares, y en el novísimo Templo Birla, de fe hindú, el fortísimo Sol nos había tocado con dedos de fuego. Aunque disfrutamos la gira, finalmente nos avasalló y tostó.
Por ello aprecié y agradecí la gentileza de la Luna esta noche. Trajo su equilibrio. Cuando el Sol encandila y quema, la Luna ilumina y acaricia.