Salgo a mi jardín en la noche calma de Media Luna.
Tras una semana de ardientes soles de mediodía y frías madrugadas meseteñas, del alba con vista a las montañas desde una sala de hospital, su presencia en el firmamento me acoge y serena.
Me muestra su rostro ambiguo, medio luminoso y medio oscuro, como la vida. Me apacigua con su mirada, sin hablarme.
Me hacer pensar en Nîwemang, Media Luna kurda. Me recuerda su canto a ritmo de percusión. Me cuenta la leyenda: su descenso a tierras de montañas rocosas y nevadas para acompañar al músico exiliado Mamo en su viaje de Irán al Kurdistán iraquí. Me arrulla con su voz, en farsi y en kurdo. Me embelesa con sus ojos de estrellas.
En silencio contemplo a mi admirada Nîwemang brillar sobre mi San José dormida. Siento el Amor que palpita en todo mi ser, circula en Natura Naturans y pulsa en el Cosmos.


