Cuando desperté de mi sueño, sobrevolábamos Irak. Habíamos despegado de Nueva York hacia el norte a las 11 p.m. y me mantuve despierto hasta que nos desviamos del noreste de Canadá hacia el Atlántico, al sur de Groenlandia. Luego había dormido sobre el Atlántico, Irlanda, Inglaterra, el Mar del Norte, Holanda, Alemania, el centro de Europa, el Mar Negro y Turquía.
Me desperté sobre Irak, vi la tenue luz del atardecer sobre el Golfo Pérsico y luego luces amarillas de autopistas y blanquecinas de ciudad sobre la planicie desértica antes de aterrizar en Dubai.
El aeropuerto me pareció un espacio de consumo globalizado con ínfulas de lujo de mal gusto. Lo interesante era la diversidad personas ya que de acá hay conexiones al Medio Oriente, sur y este de Asia y África. Eso sí, no todo es lujo y tecnología de punta. ¡Todavía hay teléfonos públicos!
Al despegar vi con más claridad el centro de la ciudad con sus torres en forma de agujas surrealistas. Es impresionante lo que los petrodólares han erigido en el desierto. Impresionante pero no admirable. Es lujo erigido sobre la Naturaleza y en contra de la forma de ser de Natura Naturans en estas latitudes y longitudes.
También vi la bahía oscura con cientos de luces de embarcaciones ancladas.
Y sobre todo esto, sobre ciudad, autopistas y desierto, sobre navíos y mar, vi una Media Luna bellísima. Su brillo reinaba sobre Dubai e iluminaba mi corazón.