Hace unos días noté una plantita que había brotado en mi jardín. Sus tallos y hojas cubiertas con una pelusa blanca no me gustaron. Pensé en desarraigarla. Pero me contuve. Era vida que había nacido en mi jardín. La respeté.

Hoy me agradeció. Dio una florecilla silvestre de filamentos rojos y anteras amarillas. Es diminuta y humilde. Bajo el sol tropical de media tarde, me regaló tanta belleza que la contemplé hasta que quedó en las sombras. Pero su resplandor iluminó mi corazón.
