Danzantes y músicos

En mis caminatas por Querétaro y Guanajuato he andado prestándole atención a las esculturas de bronce de artistas que me encuentro en calles, paseos, plazas y atrios de ambas ciudades coloniales.

Danzante otomí-chichimeca en Querétaro

En Querétaro, ciudad desde la que los colonizadores impulsaron su conquista “evangelizadora”, me atrajeron dos esculturas de sujetos otomíes: la de un danzante percusionista con tobilleras de caracoles y sonajeros en sus manos celebrando su danza ritual y la de un músico tocando un instrumento de cuerda, traído por los españoles a América, mientras su compañera le presenta una ofrenda ¿de chicha? en una copa al cielo.

Músico en el atrio del Convento de Santa Cruz

En Guanajuato me he topado con homenajes a músicos muy diferentes. Uno, frente a la Iglesia de San Diego y diagonal al Teatro Juárez, es un miembro de la Estudiantina de la Universidad de Guanajuato, agrupación cultural de larga tradición que toca tuna española en fiestas como los Entremeses Cervantinos y el Festival Internacional Cervantino. Grupos de sus miembros tocan además todas las noches frente a San Diego.

Tocando tuna española

El otro músico me sorprendió: Jorge Negrete, el Charro Cantor. Supongo que era de Guanajuato. Fue protagonista de múltiples películas del cine mexicano clásico. Creo que generalmente era el malo y Pedro Infante el bueno. Al menos eso me dijo mi abuela Luz, a quien le gustaba ese cine. De hecho me alegré al ver a Negrete porque era el favorito de mi abuela, aunque fuera el villano. Me trajo recuerdos de mi abuela.

Jorge Negrete, el Charro Cantor

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