Apenas rayaba el alba cuando ya rugían los motores de vagonetas y tractores y martillaban el cemento, el concreto y la paz matinal los martillos hidraúlicos. Se empeñaban en malograr un poquito más, en nombre del “progreso”, a mi querida ciudad de San José.
Pero durante las pausas del estruendo, yo lograba escuchar el canto dulce de un comemaíz. Y al salir a mi jardín, encontré abierta la última flor que completaba el cuarteto de orquídeas moradas. Aunque era la más pequeña, me miraba y me permitía mirarla de frente, con naturalidad, en la suave luz de la mañana tropical.