Ayer, de camino a San Isidro de Heredia por la carretera 32, vi un arcoiris perfecto. Garuaba y el sol poniente a mis espaldas brillaba de frente a las nubes bajas sobre las faldas y cimas de las montañas hacia el este. La luz oblicua, al iluminar las nubes y garúa, creaba el arcoiris — un portal perfecto.
Era Día de Reyes. Esta vez sentí que marcaba el inicio del año así que lo recibí como un signo natural de un pacto de paz y alegría para el 2020.
Era un signo complejo: ícono, índice y símbolo a la vez, pues el arcoiris se presentaba a sí mismo, señalaba las fenómenos de óptica natural que lo causaban y, según la historia cultural de la que soy heredero, simbolizaba un pacto con la Naturaleza.
Esta tarde el comemaíz canta en mi jardín y sobre las montañas de Escazú, al oeste, hace un atardecer de ámbares y berilos amarillos. Recibo el canto y el paisaje como confirmaciones indéxicas y simbólicas de ese pacto.
Que así sea. Alhamdulillah.